5/5/1974 . Requiem para un luchador. Arturo Jauretche. por Jorge Abelardo Ramos |
El auge del terror anónimo ha hecho olvidar en los últimos años la "patriada" criolla. Acaba de morir uno de sus héroes que , como Hernández, luchó con las armas en el campo y luego escribió el romance de la batalla. El propio Arturo Jauretche en su poema El paso de los Libres, que prologó Borges en 1933 y yo en 1960, alude a su paisano Julián Barrientos, quién relata la jornada revolucionaria porque "anduvo en ella". La patriada consistía en una revolución civil o militar, o una mixtura de ambas cosas, herencia de la guerra civil en la patria vieja, que la proscripción del radicalismo harpia fortalecer después del 30. Se "levantaban" con todos los elementos comprometidos y luchaban en pos de la victoria. Como empezaba la década infame, en realidad combatían en pos de su derrota. Jauretche, soldado en el levantamiento de Corrientes, cayó prisionero después del encuentro de San Joaquín. La decepción que produjo en su espíritu la cobardía del radicalismo del City (hotel donde vivía Alvear a su regreso de Europa y donde parasitaba la "flor de la canela" del radicalismo alvearista) lo impulso a reflexionar sobre el destino del movimiento fundado por Irigoyen. El caudillo acababa de morir. Con sus restos mortales, en aquella fría tarde de julio, parecía sepultarse para siempre el radicalismo histórico. Creo no equivocarme si digo que como el padre de Martín Fierro, el combatiente de Paso de los Libres meditó sobre el significado de su derrota y en esa prisión militar realmente nació el político. Porque Jauretche fue ante todo un político, condición desacredita en nuestro país por la vacuidad doctoral, la estudiada reserva y la banalidad verbalizada de tantos Fidel Pintos que pupulan en la vida pública argentina. Cuando al día siguiente de su muerte supe por prensa y algunos oradores que Jauretche había sido un escritor, comprendí cuán rápidamente la posteridad inmediata deforma la historia antes de escribirla. En realidad, el publicista ocultó al pensador, el hombre de letras al político, el fosforescente ingenio a la sustancia de su genio. La gente que lo conoció por la televisión atribuyó proyectivamente a Jauretche su propia frivolidad. Recordemos la crónica de La Prensa al morir Irigoyen: "Ayer falleció en esta capital Don Hipólito Irigoyen, que fuera Comisario de Balvanera y dos veces Presidente de la República". Si Irigoyen era un comisario retirado, Bonaparte podría haber sido un turista que redactó el Código Civil Y Perón un conocido autor de media docena de libros, entre otros, La Comunidad Organizada. Jauretche fue algo más transcendente que su cautivante personalidad cotidiana, más profundo que el admirable conversador imposible de olvidar por todo aquel que lo haya conocido. Era el eslabón vivo que enlazó al yrigoyenismo declinante con el surgente peronismo. Estableció con sus actos, su palabra y ocasionalmente, su pluma, la íntima relación dialéctica entre ambos movimientos nacionales. Fue la conciencia activa de que todo moría y nacía en 1945. El peronismo sería inconcebible en su primera fase sin el pensamiento y la acción de Jauretche, que le transmitía la tradición del nacionalismo democrático procedente de las más antiguas raíces. Al buscar la resurrección histórica del radicalismo, Jauretche se encontró con la irrupción del peronismo. Eran otras clases sociales, otro caudillo, otro eje político-social. Pero bajo un nuevo ropaje se trataba de algo parecido a aquello que Jauretche había pugnado tantos años por traer al mundo. Aunque la cosecha que en 1945 se presentó a la vista del fundador de FORJA, fue descomunal, pues la prédica se trocó en multitud, personalmente lo sintió como un fracaso. El movimiento nacional al que Jauretche tanto había contribuído. De su marginación política, nació su ingreso a la República de la Letras, cuando al caer el peronismo en 1955, no había nadie para defenderlo a no ser Jauretche y Scalabrini en “45” y “Qué” y nosotros en “Lucha Obrera”. Satirizó con in...continua |
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